Algunos le decían " hormiga " ...
Incluso le llegaron a decir " cucaracha " ...
Sobrenombres que él aceptaba sin chistar.
Prefería aceptarlos que intentar explicar el por qué de su conducta.

Estaba seguro que nadie lo entendería.
Nadie podría entender por qué siempre se conformó con migajas...
Migajas ...
Por eso lo llamaban así ...
Él siempre recogía las migajas que ella quería darle.
Cuando se cansaba de su pareja en turno, lo buscaba a él.
Cuando se peleaba con el galán en turno, lo buscaba a él.
Cuando no tenía a nadie con quien salir, lo buscaba a él.
Cuando necesitaba consuelo, lo buscaba a él.
Cuando necesitaba dinero, lo buscaba a él.
Cuando quería ahuyentar a alguien, lo buscaba a él.
Y él siempre estaba ahí, para ella, esperando a que ella tuviera algún problema, alguna tristeza, alguna necesidad.
Cualquier día, a cualquier hora, del día o de la noche.
Él vivía para esperarla, para soñarla, para desearla, para amarla ...
Porque él la amaba.
Con toda su alma.
Desde siempre.
Para siempre.
Por eso sus amigos y amigas trataban de hacerle entender que ella sólo lo utilizaba.
Lo mismo le decían sus familiares.
Todos se lo decían.
Aunque no era necesario.
Él lo sabía perfectamente.
Lo sabía y lo aceptaba.
Lo aceptaba y esperaba.
Esperaba las migajas de amor que ella quisiera darle.
Pero aunque aceptaba que le dijeran " ratón " , " hormiga " , " cucaracha " , no le gustaba pensar que él era algún animal de esos.
Él prefería pensar que era un gorrión ...
Un gorrión común y corriente.
Como el que llegaba todas las mañanas al patio de su casa a comer el alpiste que él le dejaba.
Alpiste, porque él sabía lo que era tener que vivir de migajas.
Cada vez que ella lo buscaba, él tenía la esperanza de que ahora sí era para quedarse con él.
Que por fin ella había entendido que nadie podría amarla como él.
Amarla y cuidarla, y ayudarla, y protegerla.
Y cuando ella, como siempre, se iba con alguien más, hasta que lo volviera a necesitar, él se encerraba en su casa a imaginarse que era un gorrión.
Que podía volar libre, que jamás viviría de las migajas de nadie.
Mientras dejaba más alpiste para el gorrión que a diario lo visitaba.
Asi pasó una, y otra, y otra, y otra vez, muchas veces más ...
Hasta que un día, de repente y sin saber cómo ni por qué, él despertó sintiéndose extraño.
Muy ligero, como si pudiera volar.
De hecho quería volar.
Sabía que podía hacerlo.
Se acercó a la ventana saltando ...
¿ Saltando ?
Sí, saltando.
Ahí fué cuando por fin se dió cuenta.
Ahora era un ave.
Y no cualquier ave, no señor.
Era un gorrión.
Un gorrión pardo, común y corriente, tal y como había deseado ser tantas y tantas veces.
Y tenía alas.
Y podía volar.
Y sabía volar.
En el borde de la ventana de su habitación, que estaba en el segundo piso de su casa, sacudió sus nuevas alas, y se impulsó hacia el vacío con confianza, batió fuertemente sus alas y se elevó, sintiéndose extrañamente feliz.
Estuvo volando por un par de horas, pensando, tratando de entender qué había pasado, intrigado por aquella extraña transformación, y preocupado por no saber si volvería a ser humano, o si sería para siempre un gorrión ...
Para siempre un gorrión ...
No parecía tan mal.
Tenía sus ventajas.
Ventajas como el poder ir a buscarla.
A su casa, a donde nunca había ido.
A su habitación, donde habían estado muchos, pero él no.
Y fué ...
Se paró en el vano de su ventana y gorjeó fuertemente, casi con furia.
Y entonces ella apareció.
Bella como siempre, semidesnuda, recién bañada, semi envuelta en una toalla.
Y lo vió .
Y se acercó a él hablándole con ternura, casi con cariño.
Y él se sintió feliz, muy feliz, por fin ella le hablaba con ternura genuina, casi con cariño verdadero.
Y estaba ahí, en su habitación, con él.
Incluso se sentó a su lado y lo acarició suavemente, extrañada y fascinada a la vez con lo dócil que aquel gorrión parecía.
Y además le parecía extrañamente familiar; le recordaba a alguien, pero no estaba segura a quién.
Él estaba extasiado, sintiendo sus manos suaves acariciándolo desde la cabeza a las plumas de la cola, mientras le decía frases cariñosas con una voz suave y melosa.
De pronto ella se levantó y le dijo : - No te vayas bonito, ahora vengo - .
Y a ella le pareció muy extraño que aquel pajarillo aparentemente le entendía, porque no se movió de ahí.
Ella sonrió y salió de la habitación.
Él se quedó esperando impaciente.
Ella regresó con algo entre las manos.
Se acercó a él y, mientras le preguntaba : - ¿ Tienes hambre chiquito ? - , esparcía en el vano de la ventana
unas migajas de pan ...
¡ Migajas ! , ¡ Migajas otra vez ! .
Él no lo podía creer, ahí estaba otra vez ella, dándole lo que siempre le había dado, migajas, sólo migajas.
Él sintió que el enojo lo invadía a tal grado que no pudo contenerse y le dió un fuerte picotazo en la mano.
La misma mano que hacía unos momentos lo había acariciado y ahora lo denigraba una vez más, dándole sus sobras, sus migajas.
Ella gritó al sentir el picotazo y una lágrima brotó de sus bellos ojos, pero a él no le importó.
Ya no ...
Simplemente le dió la espalda y se lanzó hacia el vacío para emprender nuevamente el vuelo.
Ahora sí se sentía realmente libre ...
Una corriente de aire cálido se deslizó bajo sus alas y lo elevó más y más, mientras él gorjeaba alegremente y pensaba :
Ni " ratón " , ni " hormiga " , ni " cucaracha " ...
Soy un gorrión ...
Un gorrión común y corriente que puede volar ...
Volar y ser libre ...
Libre ...